Divagacion Filosófica de Cafetín sobre el Arte Nº 2 (Sobre enseñar, aprender, equivocarnos y sentirnos bien.)

Sobre enseñar, aprender, equivocarnos y sentirnos bien.

Hola gente! O.K. como el 90% de mis proyectos este blog quedo abandonado durante un buen tiempo, pero como ocurre usualmente, este es un intento de reflotarlo.

El otro día, hablando con mis alumnas en una de las eternas divagaciones sobre la vida en las que a veces se transforman mis clases, llegué a una conclusión que me llevó a seguir pensando.

"Quiero que se vayan de mis clases felices, relajadas y sintiéndose bien"



Siempre me gustó enseñar. Desde principios del secundario, cuando empecé a dar apoyo escolar, descubrí que hay algo en el hecho de transmitir un conocimiento a otro que me resulta increíblemente grato; hay algo en el hecho de lograr ese momento de entendimiento con otra persona que me produce una gran alegría y emoción, por más pequeño que sea. Siempre intenté compartir este estado de ánimo con la gente con la que compartía ese momento y sobre todo siempre intenté contagiar algo de mi amor por el conocimiento y por aprender.

Cuando empecé a dar clases de danza entendí que hay algo más que se conjuga junto con ese amor por el conocimiento y entendí también qué era lo que me molestaba de tantas otras clases de danza que he tomado. Al entrar a una clase de danza no sólo exponemos nuestro intelecto y nuestra mente, sino que también nos exponemos físicamente; exponemos nuestros cuerpos, nuestras habilidades y sobre todo nuestra autoestima. Ponemos en manos del profesor a cargo de la clase tanto más de lo que ponemos cuando nos sentamos una hora o dos en una clase en la facultad, a que alguien nos hable sin parar sobre algo y tal vez en algún momento nos haga una pregunta.

El hecho estar, ser, hacer (como diría Merleau-Ponty, ser-en-el-mundo) dentro de una clase de danza, implica un compromiso físico, mental, espiritual que el conocimiento académico ignora casi completamente. Si combinamos este compromiso con la sensibilidad o emocionalidad que puede tener una persona (por ejemplo: yo) puede dar a entender la enorme responsabilidad que tiene la persona que trabaja con/enseña alguna disciplina corporal, respecto a la integridad físico-emocional de sus alumnos.

Vivimos en un momento en el cual las personas batallan constantemente por encontrarle sentido a sus propios cuerpos, mientras son bombardeados constantemente con imágenes de cuerpos casi irreales que se presentan como perfectos. Vivimos en un momento en el cual estamos más expuestos que nunca a que se nos juzgue rápidamente. Sobre todo en el ambiente de la danza, donde uno se expone voluntariamente para ser examinado por un público, a veces es muy difícil mantener la autoestima alta, mantener la conexión con tu cuerpo o poner como prioridad tu bienestar.

Es por eso que como docente me puse como meta el que mis alumnas se vayan de mis clases sintiéndose bien. Quiero que salgan sintiéndose un poco más felices en sus cuerpos, aunque sea por el sólo hecho de que les duela un poco menos la espalda. Quiero que salgan calmas y relajadas para poder enfrentar lo que les quede del día o de la semana con una mejor cara. Quiero que salgan con la mente un poco más quieta y pudiendo haberse separado aunque sea por una hora y media de lo que sea que les preocupa. Sobre todo quiero que salgan sintiéndose menos juzgadas y más contenidas. Quiero crear un ambiente donde puedan equivocarse sin preocuparse, equivocarse aprendiendo.

Esta de más decir que todo esto es más simple decirlo que hacerlo. Que conjugar mis propias idas y venidas con las de mis alumnas a veces parece una receta para el desastre. Pero creo que la mayoría de las veces funciona, aunque sea en algo, y todas salimos un poco más tranquilas y felices de lo que entramos.

Volviendo a mis experiencias como alumna: siempre me molestó salir de una clase frustrada, dolorida y agotada. Y, aunque sentía que aprendía un montón, me resultaba mucho más difícil internalizar lo que aprendía y, sobre todo, disfrutar de lo que estaba haciendo.

Creo que a veces, como docentes, justificamos la incomodidad de nuestros alumnos con la enseñanza. Asumimos que para llegar a cierto nivel técnico es necesario impartir una cierta incomodidad, sin distinguir entre si esta incomodidad es física, o si también es mental o emocional. Yo creo que es posible enseñar y progresar sin tener que causar incomodidades mentales o emocionales. Si, a veces vamos a tener que aceptar que el programa que pensamos al principio del curso va a tener que ser modificado para adaptarse a las necesidades del grupo; pero creo que la mayor parte de las veces lo que necesita ser modificado es nuestra manera de enseñar. Creo que lo mejor que podemos hacer es tomarlo como un reto para ser mejores docentes. Deberíamos buscar un modo en el que la exigencia técnica o física no se traduzca en una exigencia emocional; en el que más que una estructura firme de clase, creemos una red de aprendizaje que pueda sostenernos a todos como grupo y darnos la contención necesaria para equivocarnos sin reprochárnoslo ni que nos lo reprochen.

Creo que a la larga el aprendizaje va a ser mucho más provechoso, no sólo a nivel técnico sino también a nivel espiritual y emocional.

¿Ustedes que piensan?

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